lunes, 5 de noviembre de 2012

Carlos V y Francisco I: La historia de una eterna rivalidad




                                                      Carlos V, por Tiziano
                                 Francisco I, por Clouet


       
          Para comprender mejor el siglo XVI, resulta necesario analizar la figura de estos dos grandes "colosos" de la Europa del Renacimiento. La trayectoria de cada uno de ellos, en efecto, refleja  -aunque de distinta manera- lo que fueron aquellos años: una época de guerras interminables, de alianzas que se construían y más tarde se deshacían para buscar nuevos amigos entre los que antes podían haber sido enemigos; de largas conversaciones entre embajadores que defendían los intereses de sus países...Y también una época en la que el ser humano descubrió el nuevo lugar que ocupaba en el mundo, permitiendo que los reyes fueran conscientes de su poder, que algunos artistas supieran que eran únicos y se sintieran imprescindibles o que un modesto monje alemán llegara a superar sus miedos y arriesgara la vida buscando respuestas a las inquietudes que atormentaban su alma...aunque terminara provocando la ruptura entre los cristianos de Occidente.
         A pesar de que hemos dicho antes que Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558) y Francisco I de Francia (1494-1547) gobernaron en la Europa del Renacimiento, en realidad no pertenecieron plenamente a esta nueva etapa de la Historia, puesto que, en los dos, se pueden distinguir rasgos que son más bien propios de la etapa anterior. Y donde mejor se puede apreciar este aspecto es en el apartado de la rivalidad que existió entre ellos, una rivalidad que fue mucho más allá de la lucha entre dos países, pues se trató, sobre todo, de una rivalidad personal, hasta el punto de que, en más de una ocasión, estuvieron a punto de solucionar sus rencillas por medio de un duelo cara a cara, luchando cuerpo a cuerpo, como si de dos caballeros de la Edad Media se tratara. Los motivos de su rivalidad fueron varios, y los explicaremos después con detalle, pero, ciertamente, lo que perduró hasta el final de sus vidas fue esa enemistad personal entre ambos, amasada con el paso de los años, a pesar de que hubo algún intento -sobre todo por parte de Carlos V- para terminar con esa situación de tensión extrema.
         De todas formas, y aunque tenían en común ese lado caballeresco de su personalidad, existían muchas diferencias entre los dos monarcas más importantes de la Europa del S. XVI. Así, en cuanto al carácter y a sus rasgos físicos, mientras que Carlos era un hombre austero, algo tosco en sus maneras y parco en palabras, Francisco era extrovertido y hasta frívolo, amante de las fiestas y de las Artes, en especial de la Literatura, y él mismo escribió numerosos poemas. Por otro lado, el emperador era de estatura mediana y no se libró de la herencia genética típica de los Habsburgo, de ese prognatismo mandibular que daba a su rostro una apariencia nada agraciada y que los primeros pintores que le retrataron no intentaron disimular. Por el contrario, el rey francés era esbelto y de facciones agradables, a pesar de que su nariz aguileña no era precisamente la que un escultor del Renacimiento hubiera elegido como modelo para una de sus obras.
         En lo que se refiere a su educación, los dos príncipes se formaron siguiendo las nuevas ideas del pensamiento humanista, aunque también aquí hubo diferencias. En efecto, Carlos recibió las enseñanzas e influencias propias del Humanismo del Norte de Europa, fundamentalmente de Erasmo de Rotterdam, que llegó a ser su consejero y que, en 1516, escribió para el futuro emperador la obra Educación de un príncipe cristiano. Este libro, como todo el pensamiento de Erasmo, da gran importancia a la religión y a los valores morales del hombre, que son los que deben guiar las acciones de los gobernantes. Esta obra, por tanto, es una antítesis del Príncipe de Maquiavelo, pues este autor italiano pensaba que el buen gobernante es aquel que actúa con contundencia y que no debe dudar en recurrir a la guerra, si fuera necesario, para conseguir sus objetivos. Erasmo, por el contrario, consideraba que los reyes debían hacer todo lo posible por mantener la paz y evitar unas guerras que nunca solucionaban de verdad los problemas entre los distintos Estados. Por lo que respecta a Francisco I, también tuvo una formación basada en el Humanismo, pero, en su caso, en el Humanismo italiano, cuyas ideas eran, podríamos decir, más "libres" que las del Humanismo del Norte de Europa, por lo que la religión no tuvo nunca sobre el rey francés el mismo peso que sobre Carlos de Habsburgo.
         Para terminar con este primer apartado, en el que hemos hecho una breve semblanza de la personalidad de los dos protagonistas de este artículo, hemos de decir que ambos tenían una característica en común: su ambición y gran persistencia en la conquista de sus objetivos. Sin embargo -como no podía ser de otra manera- también aquí debemos hacer algunas aclaraciones. Así, el emperador y rey de "las Españas", se distinguió por la persecución de un objetivo muy ambicioso, que marcó toda su existencia. Dicho objetivo fue estar al frente de la "Monarquía Universal" que Carlos V pretendía que formaran sus numerosos dominios. Y, para ello, la religión católica debía ser el elemento fundamental que diera cohesión a esa amalgama de territorios que constituían su enorme Imperio. Por otro lado, la "táctica" empleada por el emperador para lograr sus objetivos fue la de guiarse siempre por sus férreas convicciones religiosas, así como por los consejos de su preceptor y consejero Erasmo de Rotterdam, tenidas siempre en cuenta por Carlos V a la hora de gobernar. Francisco I, por su parte, ambicionaba ser el rey más poderoso de Europa y convertir a Francia en la potencia hegemónica del momento, lo que resultaba muy complicado, pues estaba rodeada de territorios del que era el mayor Imperio europeo desde la época de la Roma Antigua. Sin embargo, el francés no se rindió jamás ante su rival, aunque para ello tuviera que recurrir a métodos distintos de los utilizados por el nieto de los Reyes Católicos. De esta forma, no dudó en mostrar su falta de escrúpulos en determinadas ocasiones, por ejemplo, cuando, a pesar de ser católico, firmó alianzas con los turcos o con los príncipes protestantes alemanes para mantener vivas sus opciones en su lucha contra Carlos V. Francisco I se nos muestra, por tanto, como un rey más "moderno" y "maquiavélico" que su oponente, en la línea de los Estados italianos de los inicios del Renacimiento, cuyos gobernantes -incluyendo algunos Papas- recurrieron a todo tipo de artimañas políticas, en un momento decisivo de la Historia de Europa.
         Indudablemente, el eje sobre el que giró el enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I fue el asunto de la Corona imperial. Como ya sabemos, el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico era, al menos en teoría, de carácter electivo, aunque estaba en manos de los Habsburgo, ininterrumpidamente, desde 1438. Así pues, cuando murió el emperador Maximiliano, abuelo de Carlos, en enero de 1519, los siete príncipes electores del Imperio debían decidir, a través de sus votos, quién sería el nuevo emperador. En principio, tanto el candidato francés como el Habsburgo contaban con grandes posibilidades: el rey de Francia tenía a su favor el hecho de gobernar sobre uno de los países más fuertes y ricos de Europa. Además, Francisco I, tras subir al Trono, en 1515, demostró rápidamente sus dotes militares, que le llevaron a la conquista del Milanesado, tras vencer en la batalla de Marignano. Carlos, por su parte, partía con cierta ventaja: en primer lugar era un Habsburgo, dinastía que, desde el S. XIII, de forma intermitente y, como hemos señalado antes, desde 1438 ya de forma ininterrumpida, había tenido en su poder la Corona imperial. Además, contaba con el apoyo popular y, lo que era más importante, con el de los Fugger, los poderosos banqueros alemanes, sobre todo porque éstos estaban al corriente de la Conquista de Hernán Cortes del Imperio azteca, hecho que podría proporcionar a Carlos -como así fue- abundante oro y plata, tan importantes para el futuro emperador como sus ideales caballerescos o sus inquebrantables creencias religiosas.
         Así pues, estas eran las credenciales que presentaron los candidatos. Para los dos era de vital importancia ascender al Trono Imperial, puesto que, al ceñirse la Corona, adquirirían un prestigio que podría resultarles de gran importancia para poder alcanzar los intereses que perseguían. La situación en Europa, por otra parte, era muy delicada, pues los turcos otomanos, encabezados por Solimán El Magnífico, habían conquistado Egipto y se temía que pudieran penetrar en Europa en cualquier momento, a través del Río Danubio. De esta manera, además de contar con recursos económicos, era imprescindible que el nuevo emperador fuera alguien capaz de luchar con eficacia contra los nuevos enemigos de la Cristiandad.
         Como ya sabemos, Carlos de Habsburgo fue el que resultó elegido emperador, con el nombre de Carlos V, en junio de 1519 y, en octubre de 1520, fue coronado en Aquisgrán, ante la tumba de Carlomagno. No resulta difícil saber cuál pudo ser la reacción de Francisco I, al que imaginamos corroído por la envidia tras haber recibido la amarga noticia de la coronación de su gran enemigo, al mismo tiempo que trazaba planes para contrarrestar el poder de Carlos V. Por si esto no hubiera sido suficiente, el orgulloso rey francés vio aumentar su indignación cuando, tras morir el Papa León X, en 1521, fue elegido para ocupar el Trono de Roma Adriano VI (Adriano de Utrecht), antiguo preceptor de Carlos V y, en los momentos de su elección como Papa, Regente de Carlos en España. Las consecuencias de la elección de Carlos V no se hicieron esperar en Europa y, muy pronto, el emperador se benefició de los importantes apoyos que necesitaba para imponerse a Francisco I. Y, llegados a este punto, debemos aclarar que los motivos que tuvo Carlos V, en un principio, para luchar contra el rey de Francia fueron dos: la cuestión de quién lograría conquistar el Milanesado y, por otro lado, el deseo por parte del emperador de hacerse con el Ducado de Borgoña, retomando la vieja aspiración de su bisabuelo Carlos el Temerario, último duque independiente de Borgoña, que quería unir este territorio a sus posesiones de los Países Bajos y constituir, así, un Estado independiente, entre Francia y Alemania. De esta manera, se formó una gran alianza contra Francia formada por Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra, Venecia y el Papa, aunque Francisco I pudo resistir los ataques que le llegaron por varios frentes. Este momentáneo éxito le dio ánimos para atacar nuevamente el Ducado de Milán, de donde tuvo que retirar sus tropas en 1521, después de que unos años antes, en 1515, como ya dijimos, lograra conquistarlo.
         Nos encontramos, por tanto, en el inicio de las guerras entre Carlos V y Francisco I, que duraron 26 años (1521-1547) y que se centraron, en general, en Italia. No es el propósito de este artículo analizar con detalle los acontecimientos sucedidos a lo largo de estas guerras, pero es necesario referirnos a un hecho que condicionaría para siempre la relación entre estos dos reyes guerreros. Nos referimos a la batalla de Pavía, en febrero de 1525, en la que resultó vencedor Carlos V, cuando parecía que el triunfo iba a caer del lado de Francisco I. Esta batalla no fue sólo importante por la victoria de las tropas imperiales y por la adquisición definitiva de Carlos V del Ducado de Milán. Lo fue, sobre todo, porque se produjo un hecho insólito: el apresamiento del mismísimo rey de Francia, que fue trasladado a Madrid, donde permaneció encerrado primero en la Torre de los Lujanes y después, parece ser, en el Alcázar, hasta que se firmó el Tratado de Madrid, en enero de 1526. Y decimos que debemos resaltar este hecho porque en él podemos encontrar la clave que nos explica el agravamiento de la enemistad entre los dos mayores rivales del Siglo XVI, además de ofrecernos un magnífico ejemplo que nos ilustra sobre su diferente forma de actuar.
          Lo primero que nos llama la atención es que Carlos V no aprovechara la ocasión de tener cautivo al rey de Francia para haber sido más contundente y realizar una gran ofensiva sobre el país vecino, como le aconsejó su hermano Fernando. Lejos de hacer esto, el emperador, como hizo con Lutero, prefirió ser cauto e intentó llegar a una solución con Francisco I a través de las negociaciones. Eso sí, mientras éstas durasen, el rey de Francia debía permanecer cautivo en Madrid, en contra de la opinión del confesor del emperador, el obispo de Osma, partidario de concederle la libertad de inmediato, con la única condición de que se comprometiera a no volver a enfrentarse a Carlos V. Sin embargo, éste no se conformó sólo con la honra de la victoria y, aunque no siguió el consejo de su hermano, tampoco quiso solucionar este asunto sin sacar provecho de la situación. Y, para ello, propuso un acuerdo en el que exigía a Francisco I que le entregara el Ducado de Borgoña y que renunciara a sus pretensiones sobre los Estados de Italia. Los días iban pasando y Francisco I, indignado con las exigencias propuestas por su enemigo, llegó a caer enfermo después de que transcurridas varias semanas, no fuera visitado en ninguna ocasión por el emperador. La enfermedad del rey de Francia fue a más, convirtiéndose en una terrible depresión, pues consideraba que estaba siendo tratado como cualquier delincuente, y no como  el rey de Francia. Finalmente en septiembre de 1525, siete meses después de haber sido hecho prisionero, Carlos V, advertido por sus consejeros de la gravedad del estado de su rival, se dignó a visitar a su ilustre prisionero quien, además, recibió la buena noticia de la llegada a Madrid de su hermana Margarita. Ambas cosas hicieron que la salud de Francisco I mejorara notablemente y recobrara las fuerzas para afrontar los cuatro meses de cautiverio que le quedaban.
         Y, quizá, esas fuerzas renovadas y la presencia de su hermana ayudaron a Francisco I a dar con la fórmula que le iba a permitir recuperar la libertad. Su plan consistió en redactar un Acta de Abdicación, por la que renunciaba al Trono en favor de su hijo. Cuando Carlos V se enteró de la decisión del francés, se dio cuenta de que, si éste llevaba a término su plan, dejaría de tener como su prisionero al rey de Francia, que pasaría a ser un simple noble entre rejas. De alto linaje, pero sólo un noble, al fin y al cabo. Esto hizo que se aceleraran las negociaciones, aunque el emperador no cejó en su empeño de hacerle cumplir a Francisco sus exigencias sobre el Ducado de Borgoña y los territorios italianos. En este sentido, lo más delicado de las negociaciones era el punto que se refería a Borgoña. Algunos consejeros de Carlos V, entre los que se encontraba el Canciller Gattinara opinaban que no se debía conceder la libertad al Rey de Francia hasta que entregara al emperador el Ducado de Borgoña aunque, finalmente, en el Tratado de Madrid, de enero de 1526, Francisco I, tras jurar ante los Evangelios y dar su palabra de caballero, se comprometió a entregar al emperador el Ducado de Borgoña, una vez que se hubiera producido su liberación y fuera restituido en el Trono de Francia. Francisco I, además, tendría que dejar a sus dos hijos mayores en Madrid, en calidad de rehenes, hasta que cumpliera lo pactado en el Tratado de Madrid. Por último, el rey de Francia debía colaborar con Carlos V, en adelante, en su lucha contra los turcos y en su proyecto de mantener a Europa unida por la religión católica...Era demasiado pedir, y el emperador actuó de forma ingenua al pensar que tan peligroso enemigo iba a respetar lo acordado en Madrid. En efecto, como algunos habían vaticinado, Francisco I, nada más llegar a París, declaró nulo lo que había firmado en España, alegando que lo había hecho bajo presión, en unas condiciones que distaban mucho de las normales. Además, el rey francés tuvo la precaución de declarar esto mismo a un notario, antes de firmar el Tratado de Madrid. Carlos V montó en cólera al enterarse de estas últimas noticias. Para el emperador, el rey francés había cometido la peor de las afrentas, pues, al incumplir su palabra, había convertido su rivalidad en una cuestión de honor. Francisco I, por su parte, jamás podría olvidar su cautiverio en Madrid y el trato recibido por el emperador, lo que para él fue visto también como un deshonor. Así pues, tras estos hechos, los dos vieron crecer en ellos la sed de venganza.
          Las guerras, por tanto, continuaron entre los dos eternos enemigos, y ni la Paz de Cambrai de 1529, ni la Tregua de Niza de 1538, pudieron dar con la solución del problema. Era imposible. Su enemistad era tan fuerte, que ni siquiera la Paz de Crepy, firmada en 1544 cuando las tropas imperiales estaban cerca de París, acabó con su lucha. Al firmar esta Paz, los dos renunciaron a lo que habían deseado con mayor pasión: el emperador, a Borgoña y, Francisco I a los territorios italianos. Sin embargo, a pesar de la Paz de Crepy, la lucha de los dos colosos continuó incluso después de la muerte de ambos, pues serían sus hijos, Felipe II de España y Enrique II de Francia, los que tuvieron que solucionar, a través de la Paz de Cateau-Cambrésis, en 1559, el largo conflicto heredado de sus padres.

9 comentarios:

  1. Que buen documento. Contiene mucho de lo que necesitaba saber. Aunque le agradecería que publicara mucho más acerca de Francisco I, en especial cosas personales. Bueno, esto porque estamos montando "El Rey se divierte" y nos serviría mucho para ello. Muchísimas gracias de nuevo.

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    1. Muchas gracias por su comentario. Espero que le haya servido el artículo. Por cierto, ¿qué es lo que están montando, una obra de teatro?

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  2. Entonces, se llegaron a batir o no? De ser así quién salió victorioso?

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    1. No, no llegaron a batirse en un duelo personal...aunque nos hubiera gustado, para hacer de su enfrentamiento una historia aún más novelesca de lo que en realidad fue. Pero, afortunadamente para ellos, ambos tenían buenos consejeros, que les pudieron convencer de que no era conveniente llevar las cosas hasta tal término.
      Un saludo.

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  4. Excelente articulo, leì sobre la rivalidad entre estos dos monarcas en la primera pagina del primer tomo de la heptalogia de Marcel Proust "A la recherche du temps perdu" y gracias a esto encontre todo lo que necesitaba saber.

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  5. Muchas gracias. Me alegra mucho que te haya gustado. Saludos.

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  6. Hola joven pedro gracias por los aportes de historia que publicas en tu blog creeme que el mundo necesita conocer mucho de nuestra historia y personas como tu son dignas de admiracion al compartir sus cono cimientos sigue adelante mejorando mas tu pagina enriqueciendo nuestras inteligencias oscurecidas. bendiciones de DIOS Y LA VIRGEN MARIA.

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  7. Muy bueno! tengo 14 años y este articulo me ayudo a comprender muchísimo mas sobre este tema.. esta muy bien explicado.. hasta me pareció muy interesante...

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